“El Profundo Misterio de la Oración”
-¿Por qué Dios parece no escuchar las oraciones?-
Tu estás seguro de que sabes orar porque te enseñaron a hacerlo en la catequesis o la Escuela dominical; pero me temo que esas formas de orar, con todo respeto, son meras parodias de la verdadera Oración.
De veras, no sirve repetir el Padre Nuestro, el Ave María o el Credo como cotorras. Tampoco sirve elevar nuestra florida oratoria a los cielos, en presencia de toda una Congregación; de hecho, no sirve ningún método en donde la comunicación sea hacia el exterior; en tanto que, aún viviendo Dios, también, en el cielo externo, su verdadera Esencia se encuentra dentro de nosotros, en el trono del Corazón, el Cielo interior. Ahora ¿entiendes el porqué Dios no escucha tus súplicas? No estás orando correctamente porque todos los métodos que te enseñaron son engañosos, erróneos e incorrectos.
El proceso de orar comienza con entrar en un Estado de profunda meditación; es decir, manteniendo la Mente en blanco y sumidos en un Estado de profunda reflexión. Sólo en ese estado de silencio y soledad es que podremos dirigir nuestra plática hacia aquel que siempre estuvo con nosotros, en nuestro interior, en tanto que Dios estando en el exterior, en todo, también se encuentra, plenamente, en nuestro interior.
Ahora bien, la Oración no puede ser efectiva si no existe un destinatario y para ello debemos de aceptar que Cristo, Dios Creador, vive dentro de nosotros; es decir, como dice la Religión, “Hay que aceptar, primero, que Dios mora en nuestro Corazón”; éste hecho no sucede por aceptar ante un Ministro de la Iglesia, sea la que fuere, que aceptas a Jesús como tu salvador personal; sino que, por el contrario, se requiere un Proceso Iniciàtico o de Aceptación que puede llevarnos algún tiempo.
Cuando se tiene la constancia de que Dios vive dentro nuestro, ya tenemos un destinatario al que dirigir nuestras oraciones. Sí, pareciera que estuviésemos hablando con nosotros mismos; pero lo cierto es que será nuestro Yo-Personalidad, el vehículo temporal, el que se dirigirá a su verdadero Ser y que no es otro que Cristo, nuestro Señor; digamos que, en el Proceso de Oración, es nuestro yo mortal y temporal el que se dirige en Oración a su Yo Inmortal y Superior.
El modo de orar queda reflejado en el “Padre Nuestro”, ejemplo de Oración que, suponemos, todos nuestros amigos conocen. No sé trata de repetir el “Padre Nuestro” como papagayos, sino de utilizarlo como ejemplo de lo que debería de ser una verdadera Oración.
Básicamente, toda la Oración es un deseo del yo que comienza con una aceptación:
“Padre nuestro que estás en los Cielos”
Aceptamos con fe; es decir, certeza plena de que Dios se encuentra, no en un Cielo, sino en los cielos; esto no quiere decir otra cosa que aceptamos que Dios se encuentra en todas partes; en tanto que aquí los Cielos es el equivalente a la Plenitud de Todo, el Pleroma. Dios es Todo y se encuentra en Todo.
“Santificado sea tu Nombre”
Aceptamos la santificación del Nombre de Dios mediante aquellos que son capaces de imaginarlo, más que pronunciarlo. Dios es, por naturaleza, Santo; pero su Nombre debe de ser santificado por su Creación; en tanto que no posee sentido alguno el que Dios pronunciase su propio Nombre. Somos nosotros, en tanto que personalidades, los obligados a santificar o respetar el Nombre Sagrado de Dios.
A partir de aquí vendrían nuestros deseos más nobles acerca de Dios para con su Creación; así:
“Venga a nosotros tu Reino”
Conociendo que vivimos en un Mundo imperfecto, deseamos que el Reino de Dios se acerque a nosotros para poder ampararnos y que nuestras vidas no se conviertan en algo insoportable. Fijaos que no se dice de forma taxativa: “Trae a nosotros tu Reino”; en tanto que ¿Quienes somos, en tanto que entidades mortales, para exigirle a Dios cualquier cosa?; más bien se plantea como el deseo de que tal cosa fuese posible.
Con la Oración no estamos obligando a Dios a realizar algo concreto; sino que seríamos nosotros quienes alzamos nuestro deseo con el fin de que pudiera alinearse con los propios designios de Dios. No seamos arrogantes ni pidamos a Dios algo porque nosotros lo valemos.
“Hágase tu Voluntad, así en la Tierra como en el Cielo”
Esto es una afirmación; por decir así, una perogrullada, en tanto que siempre, suceda lo que suceda, se hará la Voluntad de Dios, ¿Cuando no?; de algún modo, es como si le estuviésemos pidiendo a Dios que solo esperemos de él aquello que esté en su voluntad concedernos.
“El Pan nuestro de cada día dánoslo hoy”
Esto es una auténtica petición formal; pero fijaos que no dice, dame la novia o el novio más hermosos o concedenos una gran casa que sea la envidia de mis vecinos o facilítanos un hermoso carruaje para que podamos trasladarnos con rapidez de un lado a otro.
Lo único que estamos capacitados para solicitar, en toda regla, es nuestra manutención diaria. Se nos dice, de algún modo, que tengamos fe y que no solicitemos más de lo que necesitemos en el mismo instante en el que oremos con Dios y ello, referente a nuestra manutención para mantenernos vivos y no a otras cosas superficiales innecesarias o baladíes.
“Perdona nuestras deudas (ofensas), así como nosotros perdonamos a nuestros deudores (a quienes nos ofenden)”
En éste punto solicitamos a Dios que sea equitativo a la hora de juzgarnos usando, como medida, nuestra propia actuación; así, sabemos que Cristo jamás nos perdonará si nosotros no somos capaces de perdonar a terceros; y que, por el contrario, sí lo hará si nosotros somos flexibles a la hora de perdonar
“No nos dejes caer en la Tentación más líbranos del Mal”
En nuestro Mundo, el Mal, nos rodea por todas partes y es demasiado fácil caer en el egoísmo y la superstición; así, de algún modo, solicitamos el Conocimiento de Dios, para evitar caer en los frutos de la Ignorancia y, a ser posible, que el Mal, consecuencia de la Ignorancia, no termine por alcanzarnos.
¿Entendéis, ahora, porqué vuestras oraciones, rezos o plegarias no son respondidos? Primero hay que conocer lo que puede o no Dios hacer por nosotros; en tanto que, si lo que solicitamos no se encuentra en su voluntad, tened por seguro que no sucederá.
Cuando hablamos de Oración, a secas, con lo expuesto hasta aquí habría suficiente información; pero tenemos que tener en cuenta que en la Oración existen tres niveles de intensidad separados por unas tenues fronteras; así tenemos la propia Oración a secas; después vendría la Adoración o Devoción mística que requiere de una Concentración y Fe muy intensas y, por último tendríamos la “Contemplación” y que no es otra cosa que la sensación real de que todos nos encontramos unidos con Dios y mediante Dios. Se trata del Nirvana de los budistas. Es lo mismo que mantener una perfecta Comunión con el Pleroma, Dios mismo.
Para finalizar y que no quepa duda alguna, la Oración, la Adoración, la Devoción y la Contemplación son una misma cosa; pero celebradas con diferente intensidad.
Así, la Devoción requiere de un cierto éxtasis místico, evitando los deseos y peticiones, mientras que en la Contemplación ya son innecesarias las palabras, ya sean pronunciadas o sólo mentales.
En la Contemplación somos capaces de leer la Voluntad de Dios y Éste siempre ha conocido nuestras verdaderas necesidades y aquello que, por superfluo, pudiera perjudicarnos. No hay necesidad de palabras.
En la Oración, a secas, se espera alguna respuesta; sin embargo, durante la Contemplación no se espera nada, pues todo ya está concedido, de antemano, al contemplar el verdadero rostro de Dios y que no es otro que el de nosotros mismos. El Conocimiento de Dios es el Conocimiento de nosotros mismos.
Frater Aralba R+C
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