29 abril, 2012

Tercer Grado, "Práctico", Primera Orden, Colegio Invisible de la Rosacruz

Para ir a KAOS QUÁNTICO haz Click en la Imagen

Añoranza

Desde las intrincadas y agrestes colinas de las montañas, podían contemplarse los más insólitos paisajes de majestuosa e inhóspita belleza. El día era soleado y una ligera brisa acariciaba las verdes praderas del valle. Tan sólo el aletear de algún abejorro o el breve murmullo del viento, al frotar las suaves hojas de los castaños y los arbustos del monte bajo, introducían alguna distorsión en la belleza sinfónica del silencio natural. 
En otras ocasiones, cuando escalaba las escarpadas cumbres, de repente era sorprendido por alguna tormenta veraniega. El espectáculo era sobrecogedor, pues el cielo se oscurecía como si hubiera fenecido el Astro Rey. La insólita furia de un fuerte ventarrón arrastraba todo a su paso y, por precaución, no quedaba más remedio que resguardar nuestra persona bajo las cornisas, entre las grietas de la salvaje montaña. 
En dichas situaciones, el silencio callaba y la incontinente furia tomaba su merecido relevo; pero todas esas cosas las amaba, pues formaban parte de la madre naturaleza y además, demostraban ser indicio de que la vida bullía por todas partes.
Pero Hoy, la tranquilidad es lo que impera a mi derredor; y quieras que no, algo de añoranza me embarga. La melancolía nos corroe el Alma y el miedo al gris aburrimiento es lo que nos motiva, de nuevo, a salir de paseo por las laderas de nuestra bella y cercana montaña. 
Todo, todas las maravillas que me rodeaban eran el sobrenatural aliciente que me impulsa, todas las mañanas, a incorporarnos del lecho con una sonrisa en los labios y cantando interiormente, a modo de alabanza, procurando sintonizar con la partitura de la música de las esferas.
Eso es lo que escribo, en el presente; pero en realidad, todo ello no es más que puro romanticismo caduco y fuera de su tiempo. Soy un romántico hasta la médula. Que le vamos a hacer. De hecho, en cierto modo, interior o externamente todos somos un poquito así. La ilusión mueve nuestras vidas; pero amigos míos, cuando nos invade la tristeza y nos acosa la enfermedad, la soledad, o la muerte se asoma a nuestras vidas, ¡Ah!..., entonces no nos acordamos de los bellos momentos vividos, pues el dolor y el sufrimiento nos lo impide.
Quizá, todo lo anteriormente dicho, me haya conducido a las puertas de una humilde meditación:
Los momentos bellos y de aparente felicidad son fugaces aunque, sin embargo, nos quedan grabados en el corazón como si de una venenosa flecha se tratara. Si intentásemos arrancárnosla, con la intención de no sufrir, el dolor más indescriptible nos desgarraría hasta convertirse en un tormento de insoportable eternidad.
Estoy convencido, en el fondo, que todo ello no es más que el efecto producido por una causa tan antigua como el propio Tiempo. Alguien, que no somos nosotros; pero que sin embargo vive enquistado en nuestro interior, cuando aún tenía consciencia, grabó en nuestros genes la belleza de un mundo perdido e ignorado en el presente.
Esa Verdad es recordada, de forma subliminal en lo más profundo y recóndito de nuestro interior, cuando algo semejante toma forma ante nuestros sentidos naturales.
Puedo llegar a sentirme como prisionero de una escafandra. Esta me impide percibir la brisa y no puedo disfrutar la fragancia floral. Tampoco oigo el celoso canturreo de los pajarillos; pero puedo vislumbrar, gracias a la transparencia del cristal, el movimiento de las ramas de los árboles, contemplar el bello color de las flores que se atraviesan en mi caminar de primavera, y muchas cosa más...
No sé si soy capaz de explicarme. Algo, más fuerte que yo, me impulsa a intentar salir de la dolorosa coraza que me aprisiona y que envuelve al Ser en una noche tenebrosa de eternidad indefinida. Necesito sentir las cosas en toda su plenitud y pureza. Necesito conocer la Verdad. Conocer la Belleza.  Lo intento una y otra, y otra..., y otra vez; pero no lo consigo.
Pasa el tiempo y mi voluntad no ceja. Entonces la terrible obsesión por el disfrute de lo desconocido se me hace insoportable. Debo salir de aquí, como sea, y buscar ayuda entre mis semejantes. En dicho pensamiento encuentro el germen de una horrible verdad. Todos se encuentran en la misma situación; pero además, algunos se lo toman con tal parsimonia que no tienen ningún interés en sentir lo que yo intuyo que se podría sentir.
Durante toda nuestra vida, hemos buscado los medios necesarios para poder romper la prisión que agobia nuestra natural inquietud.  ¿Por qué busqué tras la opaca transparencia de la máscara? ¿Por qué no se me ocurrió buscar en nuestro interior? ¿Por qué no traté de leer lo que mi código genético procuraba hacerme ver?
Ahora puedo entenderlo. Introduzco mis enguantadas manos en un amplio bolsillo del férreo traje y allí encuentro una simple y humilde llave. Tan simple como retirar el casco y el cielo y la tierra vienen a mi encuentro con su simplicidad, frescura y belleza.
Lo primero que se me ocurre es que debo mostrárselo a los demás y así lo intento. Iluso de mí. Mis más oscuros pensamientos son realidad. Nadie me cree. Ningún ser humano quiere quitarse la escafandra porque piensan que si lo hacen morirán. De mí tan sólo piensan que soy un loco.  Después de lo acontecido me entra una gran congoja que inunda con abundantes lágrimas mi triste mirada. Se me nubla la vista y me encuentro, de nuevo, viendo el mundo tras la opaca distorsión glandular.
Ahora tengo que encontrar aquello que un día hallé y que por un falso amor perdí. Pero esta vez no seré tan ingenuo y procuraré no compartirlo con el Mundo hasta que no nos encontremos, tanto él como yo preparados.
Ojalá, amigos lectores, todo fuera tan sencillo... ¿verdad?; pues todo esto no es más que una metafórica alegoría de lo que muy bien podría ser el sentimiento de la Verdad. La Verdad que esconden nuestros genes desde antes de la formación de la primera célula terrenal.  También podría ser que no encontremos palabras para expresar la belleza que nuestro corazón, espiritual, debió sentir en algún momento de su eterna existencia; cuando por un casual, entrara en contacto con algo sublime y amorosamente celestial.
Quizá os esté y me esté mintiendo.
- Es posible que así sea amigo –algunos me dicen, pero si fuese verdad lo que nos has contado..., entonces merecería la pena arriesgar nuestras vidas, tan sólo, para comprobar que la felicidad derivada del auténtico Amor puede existir. Ese Amor podría ser la Verdad escondida que nos dirige como individuo, como especie y como parte solidaria de todo el Universo hacia un destino que todavía nos es velado.  Quizá no debamos intentar arrancar la flecha que antaño nos fuera clavada, sino hundirla más profundamente en nuestro corazón.

*













No hay comentarios:

Publicar un comentario